28 abril, 2008

Magritte, esto no es una pipa

René Magritte nació en Bélgica en 1898 En la foto aparece con Georgette Berger, su esposa y modelo habitual. Perteneció al grupo surrealista de París del que también formaban parte Jean Arp, André Bretón, Salvador Dalí, Paul Eluard, y Joan Miró. Su exposición de 1936 en Nueva York  alcanzó fama mundial. En 1956 recibió el Premio Guggenheim. Murió en Bruselas en 1967.
Georgette Berger y René Magritte
La obra de Magritte es una permanente invitación a la reflexión a partir de los objetos más cotidianos. Por ello, a su obra a veces se la califica de "realismo mágico".
Es especialmente lúcido al investigar el problema de la representación y la esencia del arte. Magritte cuestiona la relación entre las imágenes y las cosas basada en la semejanza representativa.
Obsérvese a continuación su obra La traición de las imágenes. La traición de las imágenes (Esto no es una pipa) 1928/29. Los Angeles, County Museum.
La traición de las imágenes (Esto no es una pipa) 1928/29. Los Angeles, County Museum.
Michel Foucault le dedicó a esta obra un interesante ensayo titulado Esto no es una pipa Ensayo sobre Magritte, donde aprovecha para reforzar sus teorías sobre la débil ilusión que liga las palabras y las cosas. Otra versión aún más inquietante del mismo problema es la siguiente:
Los dos misterios, 1966. París, galería Isy-Branchot.
Los dos misterios, 1966. París, galería Isy-Branchot.

En este caso el problema es triple: la palabra "pipe" no es una pipa, la imagen de la pizarra tampoco es una pipa, pero resulta que tampoco lo es esa enorme "Idea platónica de pipa" que flota en el aire.
 

Magritte insiste en varias de sus obras en las dificultades que presenta el conocimiento o el arte entendido como representación. En su obra La condición humana, el cuadro se confunde el paisaje de modo que nuestra representación del paisaje es una reproducción fiel del mundo pero, al mismo tiempo y tristemente, el mundo no es nada diferente de nuestra representación.
René Magritte: La condición humana, 1935, Ginebra.
René Magritte: La condición humana, 1935, Ginebra. También son meritorias las ilustraciones que Magritte hace de teorías filosóficas. Por ejemplo, Las vacaciones de Hegel o La flecha de Zenón: Las vacaciones de Hegel, 1958. Galería Isy-Brancot, París
Las vacaciones de Hegel, 1958. Galería Isy-Brancot, París Esta obra parece la respuesta de Magritte al aforismo de Hegel, "lo real es racional y lo racional es real". El Ser, tal y como lo describe Parménides, uno, inmutable, eterno, finito, compacto, indivisible, aparece mágicamente en La flecha de Zenón. La flecha de Zenón, 1964, Colección privada.
La flecha de Zenón, 1964, Colección privada. Su idea sobre la relación del hombre con la muerte es fácil de intuir observando la versión que Magritte realiza sobre una obra clásica de Jacques-Louis David:
Jacques-Louis David: Madame Récamier, 1800. París, Louvre.
Jacques-Louis David: Madame Récamier, 1800. París, Louvre.
René Magritte: Madame Récamier de David, 1950. Colección privada.
René Magritte: Madame Récamier de David, 1950. Colección privada. Por último, el retrato que hace Magritte del maestro de escuela: no se sabe bien si es un verdugo, un asesino en serie, un empleado de banca, un alienígena... Lo que está claro es que no parece que tenga buenas intenciones tras ese disfraz de "normalidad". El maestro de escuela, 1954. Ginebra, colección privada. El maestro de escuela, 1954. Ginebra, colección privada.

Bibliografía

  1. Foucault, M.: Esto no es una pipa. Ensayo sobre Magritte. 3ª edición. Barcelona: Anagrama, 1993.
  2. Meuris, J.: Magritte. Alemania: Taschen, 1993.
  3. Pintores para pensar, <http://personal.telefonica.terra.es/web/jack/home.htm>

Umberto_Eco - El péndulo de Foucault

De pronto me iluminé: tenía una profesión. Decidí montar una agencia de informaciones culturales. Sería una especie de detective del saber. En lugar de meter las narices en los bares de alterne y en los burdeles, tenía que ir por las librerías, las bibliotecas, los pasillos de los departamentos universitarios. Y después esperar en mi despacho, con los pies sobre el escritorio y un vaso de papel con whisky de los ultramarinos de la esquina. Alguien llama y dice: “Estoy traduciendo un libro y me he topado con un tal, o unos tales, Motocallaemin. No logro comprender de qué se trata.” Tú tampoco lo sabes, pero no importa, pides dos días de tiempo. Vas a mirar algún fichero en la biblioteca, ofreces un pitillo al tío de la sección de referencias, encuentras una pista. Por la noche invitas al bar a un ayudante de árabe, le pagas una cerveza, dos, el otro baja la guardia, te da la información que buscas, gratis. Después llamas al cliente: “Pues bien, los Motocallemin eran teólogos radicales musulmanes de la época de Avicena, decían que el mundo era, ¿cómo le diría?, un polvillo de contingencias, que se coagulaba en formas sólo gracias a un acto instantáneo y provisional de la voluntad divina. Bastaba con que Dios se distrajera un momento para que el universo se desplomase. Pura anarquía de átomos sin sentido. ¿Es suficiente? He trabajado tres días; lo que usted quiera.” Tuve la suerte de encontrar dos habitaciones con una cocinita, en un viejo edificio de la periferia, que debía de haber sido una fábrica, con un ala para las oficinas. Los apartamentos que habían hecho daban todos a un largo pasillo: yo estaba entre una agencia inmobiliaria y el laboratorio de un embalsamador de animales (A. Salon - Taxidermista). Tenía la impresión de estar en un rascacielos americano de los años treinta, sólo con una puerta esmerilada ya me habría sentido Marlowe. Instalé un sofá cama en la segunda habitación, y en la entrada, el despacho. Puse dos estanterías que fui llenando de atlas, enciclopedias, catálogos. Al principio tuve que hacer alguna concesión y escribir también alguna que otra tesis para estudiantes desesperados. No era difícil, bastaba copiar las del decenio anterior. Después los amigos editores me enviaron originales y libros extranjeros para que los leyera, naturalmente los más desagradables, y por una retribución bastante módica. Pero iba acumulando experiencia, conocimientos, no desperdiciaba nada. Fichaba todo. No pensaba en la posibilidad de tener las fichas en un computer (en ese momento estaban apareciendo en el mercado, Belbo sería un precursor), procedía con métodos artesanales, pero me había creado una especie de memoria hecha con tarjetitas de cartulina, con indices de referencia. Kant... nebulosa... Laplace, Kant... Koenisberg... Los siete puentes de Koenigsberg... teoremas de la topología... Un poco como ese juego en el que uno tiene que ir de salchicha a Platón en cinco pasos, por asociación de ideas. Veamos: salchicha-cerdo-cerda-pincel-manierismo-Idea-Platón. Fácil. Hasta el original más meningítico me hacia ganar veinte fichas para mi cadena de la suerte. El criterio era riguroso, y creo que es el mismo de los servicios secretos: no hay informaciones mejores que otras, el poder consiste en ficharlas todas, y después buscar las conexiones. Las conexiones siempre existen, sólo es cuestión de querer encontrarlas. EL PENDULO DE FOUCAULT.DOC

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